
Nadie es capaz de perder lo que no tiene. Generalmente quien valora las  cosas cuando las pierde, quizás no supo tenerlas cuando creía que eran  suyas y, por supuesto, definitivamente no las posee en el momento de su  padecimiento. Cuando nos instalamos en la melancolía y desde ahí  sentimos que todo el tiempo pasado fue mejor, que los amores más  intensos son los que se perdieron, que en fin, lo más valioso es lo que  se disipó, lo que terminó, o lo que transcurrió; abandonamos el  presente, única dimensión en la que tenemos entidad. Es cierto, sin  embargo, que el valor de una vida sólo se plasma en la muerte. No se  trata, como suelen procurar las semblanzas o los discursos necrológicos,  de que la muerte mejore a las personas, sino de que con ella, el  individuo está completado. Hizo lo que hizo, dejó de hacer lo que no  ejecutó, dijo lo que dijo y calló lo que calló. O realizó un sentido o  fue prisionero del vacío existencial. Mejoró el mundo, o sólo lo  empeoró. Tocó las vidas de otros para dañarlas, o para beneficiarlas. Si  vivió conciente de su propia vida, acaso no haya encontrado en la  muerte una enemiga, pero si navegó en la inconciencia, habrá invertido  buena parte de su energía en temerle a la muerte o en huir de ella  sumergiéndose en todo tipo de evasiones (relaciones fugaces o  superficiales, acumulación de riquezas, búsqueda desesperada de poder,  indiferencia ante los otros). Sin embargo, aunque uno puede negarse a  escuchar la voz de la conciencia, es imposible hacerla callar. Quizás  sea esa voz la que asoma como autorreproche, como autocompasión, como  desconsuelo al descubrir aquello que creíamos tener ya no nuestro. Y  quizá, lo que dice esa voz, es que, en verdad, nunca tuvimos lo que  creímos perder. Quien vive en tiempo real de su vida, quien aprende a  diferenciar pérdida de desapego, es menos proclive a aquellos  desencantos y lamentaciones. Celebra lo que ha estado en su vida y se  abre ante lo que viene. 
¿Qué has perdido? ¿Qué crees que has tenido?  Has llegado con las manos vacías y te irás con las manos vacías.  Cualquier cosa que poseas fue de otro ayer y pertenecerá a otro mañana.  Erróneamente has disfrutado de la idea de que te pertenecía. Y esa es la  causa de tus penas.
Así como hay quienes valoran las cosas al  perderlas, existen quienes lo hacen al desearlas. Pero basta que las  tengan para que dejen de tener importancia. Ya son rehenes de su próximo  deseo. Y así en forma serial. Es otra manera de estar ausente de la  propia vida, del propio presente. El presente es lo único que se le  puede quitar a alguien, ya que es lo único que en realidad, uno posee.  Ese es el tiempo que se comparte con alguien que se ama, es el tiempo en  el que se realiza el sentido de la propia vida. Claro que, desde esta  perspectiva, no hubieran sido escritas muchas canciones y poemas, pero  habría menos sufrimiento estéril y más valoración de lo real. Idealizar  el pasado es un modo de evadir la propia responsabilidad respecto del  presente. Que es, vale la pena insistir, en donde vivimos.